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Porque lo que estaba pasando ya no concernía a la archiconocida voracidad fiscal del Poder Ejecutivo, sino a los productores, que, por primera vez, se movilizaban de a miles contra ella. Después de más de cinco meses de conflicto y con todo lo que pasó en su transcurso, caemos en la cuenta de que el campo, casi sin saberlo, ha iniciado una revolución.
Durante décadas, los argentinos hemos vivido en el interior de un modelo, de un paradigma, de una caverna ideológica que consistió en dividir la producción en tres sectores: el primario o rural, el secundario o industrial y el terciario o de servicios. Esta clasificación escondía una discriminación porque, al llamar "primaria" a la producción rural, lo que venía a decir sin decirlo es que ella era "primitiva": de bueyes y carretas. Esta discriminación caló tan hondo entre nosotros que pareció natural que el deber del campo fuera subsidiar a los demás sectores, proveyéndolos de alimentos baratos destinados a suplir los bajos salarios que las fábricas y la burocracia podían pagar. Bajos salarios en la ciudad, alimentos baratos desde el campo: ésta fue, por décadas, la supuesta fórmula del progreso argentino.
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Del otro lado, con el ascenso de China y la India al nivel de un alucinante progreso económico y social, la demanda de alimentos también ha elevado los precios agrícolas a alturas insospechadas. El campo, como consecuencia, ha pasado en pocos años de la retaguardia a la vanguardia tecnológica y económica del mundo.
Fue precisamente en ese momento de euforia que el Poder Ejecutivo pretendió confiscar ese nuevo sobrante mediante el alza de las retenciones. Al hacerlo no advirtió que, si algo iban a resistir los chacareros, era el calamitoso regreso a la etapa anterior. Los chacareros sintieron que los querían hundir de nuevo en el pozo económico y social del que estaban saliendo. Lo mismo que los burgueses en la Revolución Francesa, decidieron sostener contra viento y marea su flamante condición. Fue entonces cuando surgieron uno, cientos, miles de De Angeli, cuya revolución social vino a integrarse a la revolución de la tecnología y de los precios. La nueva clase de los chacareros logró por ello algo que no habían logrado, ni siquiera pretendido, los antiguos estancieros: resistir con éxito al Estado depredador.
La rebelión chacarera se implantó finalmente en ámbitos que sólo en apariencia le eran ajenos. En las pequeñas ciudades del interior, los denostados pools de siembra sumaron una legión de pequeños inversores que incluían desde el médico hasta el escribano del pueblo. La rebelión de las chacras se amplió hasta convertirse en la rebelión del interior, con la otra vez flameante bandera del federalismo.
Como si esto fuera poco, la vasta ola de la resistencia al Estado fiscalista se extendió a las grandes ciudades. Primero, Rosario, después Buenos Aires, acogieron manifestaciones gigantescas que eclipsaron por completo el arcaico aparato clientelístico en el que todavía confiaban los Kirchner. Pero esa legión de los ciudadanos que también se movilizaban contra el Estado aprovechador, ¿eran, todavía, gente del campo? No, sorprendentemente eran ciudadanos sin hectáreas. Lo que había comenzado como una protesta sectorial terminó por convertirse así en un fenómeno nacional : la resistencia pacíficamente contundente de toda la sociedad a un Estado que cínicamente, en su propio nombre, la explotaba.
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Y éste es el paradigma que también está cambiando con la revolución de los chacareros, no sólo en lo tecnológico o en lo comercial, sino también en torno a la idea de que la Argentina no está llamada a un gran futuro agrario o industrial sino a un gran futuro agroindustrial , sin sectores supuestamente primarios o secundarios, en un país que ya no considere vergonzosa la proclama que en pleno siglo XIX Guizot lanzó a los franceses: "Enriqueceos".
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