viernes, 31 de octubre de 2008

Falsificación ideológica de teorías y finanzas, por Julián Licastro

La impunidad de la criminalidad económica

Toda gran crisis, no importa el sector en que se manifieste inicialmente, se refiere a la política, y por lo tanto es una crisis general de conducción que refleja errores y vacíos en la toma de decisiones en diferentes planos de acción. Es el caso del colapso financiero de EE.UU., que como país sede del hegemonismo mundial ha dispuesto de los espacios geopolíticos para beneficio del poder financiero dominante, y por ende puede llamar “global” a la extensión ilimitada de su crisis, que nadie previó convincentemente en su alcance real.

La situación se vuelve así mediáticamente anónima, porque no hay responsables ni cómplices de una estafa “planetaria”, ya que el colapso habría ocurrido con la espontaneidad de un “desastre natural” con el cual, por supuesto, se lo compara. Es decir, la globalización sería el fenómeno económico autónomo que, siguiendo la idea de la “autorregulación de los mercados”, produce esta crisis que todos deberemos sufrir por un tiempo indeterminado y con consecuencias más graves para las personas, los sectores y los países más pobres.

Es el punto en que reaparece la ideología, hasta ayer “científica” del neoliberalismo, pero que ahora está dispuesta a suspender momentáneamente sus postulados más imperativos, para dejar que la incertidumbre facilite el trabajo sucio de algunos individuos, tratando de controlar el daño ocasionado [Phd. Jorge Majfud, Lincoln University]. Ya habrá tiempo después para volver a la ortodoxia neoliberal, cuando los Estados y los pueblos hayan pagado con la pobreza o la miseria, según los casos, el botín de la criminalidad económica lamentablemente impune.

La narrativa ideológica de las crisis cíclicas

En la reiteración de sus crisis cíclicas, el capitalismo –ayer industrial, después financiero y hoy salvaje- siempre apeló a las mismas cartas de triunfo: la impunidad en sus manejos delictivos y la memoria frágil de la gente. O sea, el olvido del colapso anterior, el paso del tiempo transcurrido en la reconstrucción, y la preparación más o menos deliberada del próximo golpe. Por eso requirió históricamente la existencia de un Estado fuerte, aunque no necesariamente de una política “estatista”, para enmarcar las condiciones del funcionamiento adecuado de los mercados comerciales y bancarios, en un proceso auténticamente sólido de crecimiento y desarrollo.

La calificación vaticana de “salvajismo”, por el carácter brutal y el abandono de toda norma nacional y código social de esta última etapa del capitalismo, ocurrió precisamente por la apelación de los círculos de poder a la desrregulación total de las actividades especulativas, al precio de acumular un vaciamiento económico que hoy ha quedado en evidencia con elocuente dramatismo. La consigna de los grupos financieros locales y transnacionales, amplificada por el coro mediático a su mando, fue reducir el Estado a su mínima expresión normativa, para dejar que la economía funcionara sola y se expandiera indefinidamente.

Ahora todos descubren el engaño, que los países dependientes experimentamos dolorosamente en tres décadas: una economía de cuño neoliberal, inestable e inequitativa, generadora de niveles inaceptables de exclusión y trastorno social, que sólo se han podido contener con diversas formas de una misma y drástica represión [Madeleine Bunting – The Guardian].

La hipocresía del ilusionismo financiero

Para tener una dimensión de la crisis actual, que recién comienza, digamos que la “burbuja hipotecaria” está ubicada dentro de una aún mayor que, potenciada por el desborde especulativo y su dimensión trasnacional, tiene el impresionante testimonio de haber convertido a EE.UU. en el Estado más endeudado del globo. Su déficit de cuenta corriente de los últimos años, medido en porcentaje del producto bruto nacional es comparable con aquellos países del tercer mundo en vísperas de crisis de reserva de divisas [George Soros].

Se presiente así una próxima y gran caída en la capacidad adquisitiva del pueblo norteamericano, víctima finalmente del sistema imperial con el que coexiste, y que –como enseña la historia en forma inapelable- siempre termina por perjudicar a la sociedad que lo cobija. Un hecho no sólo nefasto desde el punto de vista económico, sino también moral, porque el ciudadano medio ha tenido que soportar el cinismo de financistas como Richard S. Fuld Jr., presidente de la quebrada banca Lehman Brothers, que en declaraciones ante la comisión investigadora del Congreso “justificó” sus remuneraciones personales de 350 millones de dólares por 8 años de dirigir la empresa que arruinó.

Una primera conclusión, de gran trascendencia si la sabemos recordar y desarrollar en el tiempo, es verificar el “colapso de la ortodoxia neoliberal”. La idea única que dominó la política por 30 años con arrogancia triunfalista y una insistencia en la ortodoxia sólo equiparable en escala al dogmatismo del comunismo soviético, cuyo régimen también implosionó [Madeleine Bunting –The Guardian]. 

Es todo un ciclo que pasa y se hunde, habiendo arrastrado en la conceptualización engañosa de la economía, no sólo a la clase empresarial sino al sistema político de la superpotencia militar de nuestra época; y que además marginó, deslegitimó y acalló a cualquier otro pensamiento económico y crítica política válida. Ciclo ligado en su última etapa a una supuesta estrategia de guerra de civilizaciones, que algunos autores consideran sólo como espejismo o velo de amenazas reales, pero de daños autoinfligidos por el propio sistema [Thomas Frank].

En resumidas cuentas: lo que hoy vemos estallar, con pronóstico tan desfavorable como dudoso, es el resultado de la ambición desmedida de los beneficiarios directos de un sistema articulado de falsificación. Falsificación de principios económicos para acomodarlos desaprensivamente a una teoría justificatoria de la especulación financiera local y trasnacional. Emisión oficial masificada de dólares inconvertibles para cubrir déficits enormes de presupuestos excesivos y despilfarro gubernamental. Y fabricación privada de dinero de un crecimiento económico artificial, para lucrar con la venta y reventa de hipotecas incobrables. El descubrimiento, en fin, de la piedra filosofal imaginada en el medioevo, pero esta vez dirigida a convertir en oro el papel.

De lo que se trata, ahora, es ver cuántos son los bienes de la economía real que en rigor existen, detrás de esta nube de bonos y billetes de la “imagen virtual”, para sincerar los términos más concretos de la reanudación de la producción y el trabajo, que es lo único que puede salvarnos. Una despedida estrepitosa de la “nueva economía”, que de nuevo no tuvo nada, porque apeló al viejo truco de la prestidigitación, donde los dedos del ladrón son más rápidos que los ojos de la víctima; eso sí, esta vez eclipsados por el juego de luces de la magia televisiva.

Un pensamiento propio impulsor del desarrollo

En el estudio de las medidas preventivas apropiadas para enfrentar en el país y en la región las repercusiones de la depresión o recesión central que se avecina, debe campear un pensamiento impulsor de nuestro desarrollo que aprenda de la experiencia propia y ajena; porque sin ideas estratégicas no habrá proyecto ni integración. Este nuevo modelo de referencia, que no debe imitar automáticamente a nada, tiene que servir al desenvolvimiento de los pueblos con el mayor sentido de igualdad posible para fomentar la producción, el trabajo y la capacitación en sus múltiples perspectivas, trascendiendo el proceso acotado al mero comercio entre sectores económicos globalizados.

Ya vimos, justamente, como el alineamiento indiscriminado a una globalización asimétrica culminó en desastre, igualmente que la sujeción sin matices a las recetas de la ortodoxia terminó por desmantelar el aparato productivo y expropiar los recursos de los ahorristas. Fue la consecuencia de los cantos de sirena del llamado “consenso de Washington” que en la década del 90 convocó al achicamiento del Estado, la privatización de las empresas públicas y los fondos jubilatorios, la flexibilidad laboral, la abolición de las barreras aduaneras y, en síntesis, la apertura total al capitalismo financiero global, bajo la imposición de uniformar los espacios económicos para estandarizar el mercado mundial [John Williamson].

Estas palabras, cuya excusa fue “la modernización económica” de regiones como América Latina, suenan especialmente lúgubres a la luz del colapso financiero de Wall Street, que está afectando mayormente a los países más dependientes de las recomendaciones erradas de dicho “consenso”. Sin embargo, no habilitan de por sí a un contraplan con las ideas opuestas, que también fracasaron estrepitosamente en el capitalismo de Estado de los países de la órbita soviética. 

Un modelo económico equilibrado, como parte esencial de un proyecto nacional confluyente con la unión regional, es tan necesario como posible; especialmente en la hora de la reconstrucción de la economía mundial, torpedeada por los efectos de una guerra interna de intereses desmedidos, destructores de toda cohesión cultural y sensibilidad social. Pero este modelo no puede caer ni en el voluntarismo político ni en la ideologización de la economía; porque debe plasmar nuestra obligación de ser eficaces y de cambiar e innovar lo suficiente en nuestra conducta laboral y productiva hasta lograr el despegue.

Un nuevo paradigma del conocimiento y la evolución tendrá que ser establecido para brindar el apoyo del Estado y la cooperación de la sociedad a la construcción de un pluralismo económico, orientado francamente a la inclusión social y la integración territorial. Mientras el equilibrio fiscal sin tentaciones demagógicas, y la lucha contra los diversos mecanismos de cartelización y monopolización empresarial, ofrecen una estabilidad imprescindible para crecer y una mejor distribución de la riqueza para el desarrollo humano integral. 

Paralelamente, hay que favorecer y fortalecer el diálogo político en el parlamento, y el diálogo social en todos los ámbitos posibles de concertación, sabiendo que la resolución de los complejos conflictos presentes y futuros encarnados en diferentes sectores de nuestra realidad, exigirá una mayor cultura política y mucha prudencia en la toma de decisiones. Igualmente, es necesario contar con la autonomía de los gobiernos locales y sus líderes comunitarios, para que busquen y encuentren sus propias oportunidades de crear trabajo e impulsar el desarrollo en su jurisdicción.

El fiel de la balanza entre competencia y cooperación

La frustración del desarrollo y la presión de la injusticia generan primero impotencia y después rebeldía. Es una constante del desenvolvimiento histórico–social de los pueblos en la sucesión de sus diferentes etapas. En este trance, la rebeldía se destaca al comienzo como una fuerza capaz de salir de la inercia y la pasividad de una etapa agotada, pero sin proyecto se confunde en la anarquía y las posiciones extremas. En el ángulo opuesto, no canalizar esa fuerza vital y plantearse sólo el reprimirla, equivale a perder por vía reaccionaria toda oportunidad de cambio. Ojalá que hoy, ante las dificultades evidentes de un sistema de dominación financiera, que se encubrió por décadas en una “democracia de mercado” [Bill Clinton] que resultó engañosa, encontremos el fiel de la balanza entre competencia y cooperación que permite a los pueblos, con conciencia de destino, evitar la trampa tumultuosa de la decadencia.

Es sin duda una verdad histórica que el peronismo fundacional fue el movimiento argentino que más adversó a los círculos financieros de entonces, cancelando el total de nuestra deuda externa, y cerrando el capítulo ominoso de los grandes empréstitos beneficiarios de la banca extranjera y su sistema de comisiones por influencia política dolosa. Pero este hecho no nos otorga patente para formular un pensamiento económico excluyente, que pueda prescindir de los distintos análisis, críticas y aportes necesarios para diseñar una propuesta actualizada y eficaz.

Entrevista a Alain Rouquié, La Nación, 26/10/08

-¿Qué hicimos los argentinos con estos 25 años de democracia?

-Antes que nada, la conservaron. Hay que destacar ese récord. No hay precedente de 25 años de democracia en la Argentina. Desde que existe realmente, desde la aplicación de la ley Sáenz Peña en 1916 y la primera elección de Yrigoyen, nunca hubo un período tan largo de democracia sin interrupción. Es necesario destacarlo, en un país que vivió 50 años de inestabilidad y de hegemonía militar. Hubo otros países que conocieron períodos de democracia más o menos prolongados desde los años 80, pero no habían sido tan maltratados por la historia como la Argentina.

-Pero este cuarto de siglo no fue precisamente sereno.

-La realidad se puede mirar como si fuera un vaso medio vacío o medio lleno. Yo prefiero esto último. Si hubo accidentes, períodos que pudieron ser menos satisfactorios desde el punto de vista de la democracia, hubo poquísimas interrupciones. Hubo un presidente, Raúl Alfonsín, que no terminó su mandato, que transmitió el poder antes de su término. Pero todo sucedió dentro de las formas democráticas y en virtud de la voluntad del presidente. Hubo otro (Fernando de la Rúa) que renunció después de manifestaciones de la calle y una situación financiera imposible. Pero el poder no fue tomado por agentes exteriores al sistema. Hubo una continuidad constitucional sin muchos precedentes en el país que permitió muchas cosas. Primero, la alternancia, que es el test de la democracia. Eso quiere decir que nadie puede pretender ser el representante del conjunto del pueblo. Quiere decir que hay partidos, y los hubo muy presentes en esa alternancia. Segundo, cuando las instituciones resisten a una situación como la de 2001-2002, quiere decir que son fuertes. Y lo son porque la opinión pública, los electores y los ciudadanos, así lo quieren. Eso es lo esencial. Recuerde cómo se producían los golpes de Estado en Argentina: no eran los militares los que los hacían, eran los civiles y una parte de la opinión pública que decían "ese gobierno n es aceptable, hay que derrocarlo". Era en ese momento que los militares hacían lo necesario para que el gobierno fuera físicamente derrocado.

-Esa transición no fue fácil.

-En la Argentina hubo elecciones, los derechos humanos han sido respetados durante estos 25 años y hay que señalarlo. Pensemos en 1983. En aquel momento no era para nada evidente que un presidente, con la única legitimidad del voto universal, pudiera restablecer el Estado democrático y consiguiera llevar a los tribunales a los principales responsables de la dictadura. Requirió coraje y a la vez visión de parte de Alfonsín. Una visión que muchos le reprocharon. Era necesario condenar a los miembros de la junta, pero al mismo tiempo no se podían disolver las Fuerzas Armadas. Alfonsín tuvo una visión de estadista. Entendió lo que había que hacer, lo que se podía hacer y lo que era imposible. Fue a partir de entonces cuando la democracia se consolidó, a pesar de todos los obstáculos que tuvo que sortear.

 

(...)

-En otras palabras, ese autoritarismo forma parte de la cultura argentina.

-Así es. Es constitutivo de la cultura política de los argentinos.

-¿Y el peronismo?

-También dejó su marca en la cultura política argentina. Algunas positivas. Lo que hizo Perón en su primera presidencia desbloqueó la situación argentina desde el punto de vista social. El peronismo también tuvo aspectos negativos: la incorporación de la clase obrera en un marco que no era totalmente democrático, y hasta a veces autoritario, que funcionó en un marco muy personalizado y paternalista. Entre 1943 y 1946, fue un movimiento de integración de la clase obrera bajo la égida del Estado, en un contexto nacional, contra los partidos de izquierda. Si en la Argentina no hay partidos de izquierda es por causa del peronismo.

 

-¿Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner son de izquierda?

-Creo que la Argentina todavía sigue en ese período posautoritario y que la democracia madura poco a poco. Hoy, los argentinos critican a Kirchner por su hiperpresidencialismo, por la concentración de poder. Yo veo otra cosa. Veo la ausencia de partidos políticos. No hay partidos políticos en la Argentina. Néstor Kirchner consiguió gobernar sin partido durante todo su mandato. Ahora, con Cristina Kirchner en el poder, está tratando de reconstituir el Partido Justicialista. Pero también el Partido Radical se ha evaporado. Hay dirigentes de calidad tanto a derecha como a izquierda, pero no hay partidos.

-¿Y ésa también es una consecuencia de esos 50 años de militarismo?

-Así es. También es una consecuencia de la última dictadura y de la relación de los argentinos con la política.

-¿Es decir?

-Hay una despolitización de los argentinos. Finalmente, cuando se mira de cerca, el pluriperonismo que ha reemplazado al plupartidismo es una forma de apolitismo. Que haya tantos partidos peronistas o clanes peronistas en la actualidad es una forma de ser apolítico, de no hacer política. Ser peronista es ser ?todo el mundo?. Es una referencia común.

-¿Es también ausencia de ideología?

-Es una visión política, apolítica. En Francia, André Malraux decía: "Todos son, fueron o serán gaullistas". En la Argentina también se podría decir lo mismo de Perón. Pero esto, al final, quiere decir no ser nada. Eso significa que se puede estar tanto a la derecha como a la izquierda. ¿Cómo es posible que Carlos Menem y los ex montoneros estén en el mismo movimiento?

 

-¿Entonces por qué dice usted que la democracia argentina madura poco a poco?

-Porque hoy en la Argentina hay una lucha entre dos culturas. La primera es una cultura de enfrentamiento y de exclusión, heredada, pretoriana, corporativista, que viene de los militares o del peronismo, aunque sea un poco lo mismo, ya que Perón era militar. La "comunidad organizada" era finalmente una idea militar. Esa cultura considera al adversario como un enemigo, que exige ganar a toda costa, defender sus propios intereses cualquiera que sean. La segunda es la cultura que consiste en tratar de crear consenso, en la cual las instituciones cuentan más que los intereses de tal o cual grupo; en la cual se puede, se debe y se llega a hacer concesiones.

-¿Y dónde se expresa esa cultura hoy en la argentina?

-Lo vimos recientemente en el enfrentamiento sobre los impuestos a la exportación de cereales: la cuestión se dirimió en el Congreso. Después de comenzar el conflicto en plena cultura del enfrentamiento, los argentinos fueron al Congreso. El Congreso es el espacio último para crear consenso. La política es el conflicto que se transforma en consenso, en acuerdo en el que todo el mundo puede aceptar que no se trata de una cuestión de vida o de muerte. En la Argentina se comienza a avanzar en ese sentido. Se comienza a regresar a las instituciones, después de que el Congreso se había transformado en una simple cámara de registro y había delegado todo el poder legislativo en el presidente. Sin embargo, aun cuando la cultura de la construcción democrática avanza, hay un verdadero problema con la ausencia de partidos. Los partidos políticos son los únicos instrumentos capaces de hacer la síntesis de todas las expectativas y llevarlas al sitio donde deben ser tratadas.

 

(...)

 

-¿Y Brasil?

-Brasil es todo lo contrario de la Argentina. En la Argentina la gente se acuerda de todo. Es el país de la memoria. La Argentina es el país de "Funes el memorioso". Por el contrario, Brasil es el país de la antimemoria. El país del olvido. Brasil se olvidó de la dictadura. Es verdad que esa dictadura no fue feroz. Las cosas en Brasil se fueron modificando en forma paulatina y serena. El Perón brasileño, Getulio Vargas, ya es parte de la historia. Nadie se declara hoy "getulista", a pesar de que Vargas (1937-1945) hizo prácticamente lo mismo que Perón en lo bueno y en lo malo. En Brasil la historia continúa. Esa es la gran diferencia. La diferencia radica en la actitud que se tiene frente a la historia. Esa es la característica argentina: la historia nunca es definitiva. Su revisión ocupa el centro de la vida intelectual. Un revisionista encuentra siempre otro revisionista que dice "no estoy de acuerdo con eso".

 

"La democracia que supimos construir", por Pablo Mendelevich, La Nación, 26/10/08

La democracia soñada quizá incluía entre sus promesas -aparte del Estado de Derecho y las libertades individuales- mayor equidad en la distribución de la riqueza, partidos políticos fuertes, políticas de Estado consolidadas, cierto grado de alternancia, una justicia independiente y expeditiva, un Congreso más o menos poderoso, y representación política con satisfacción ciudadana garantizada: nada que hoy abunde. Bueno, los partidos sí abundan, hay 710 (37 nacionales), pero eso se debe antes a las facilidades que se dan para crearlos que al éxito de las prestaciones. Vigor no tienen -creer o reventar- desde que en 1994 se los incorporó a la Constitución y se los calificó oficialmente de fundamentales. Está a la vista que la atomización, el transfuguismo, las promociones regenteadas a dedo por caudillos, las picardías electorales del tipo listas espejo, los personalismos dirigenciales procreados in vitro en sets de televisión y el fracaso de todos los mecanismos probados de democracia interna, contribuyeron a la anemia de los partidos políticos tanto como a desalentar la participación a través de ellos.

Entrevista a Chantal Mouffe, Clarín, 19/10/08

Frente a la izquierda europea, que sufrió las consecuencias de mimetizarse con el neoliberalismo hasta desaparecer como opción, la latinoamericana reaparece con nuevos ensayos. El consejo: buscar un camino con sello propio. 

 -En América Latina se viven cambios políticos inéditos pero también fuertes reacciones a esos cambios. Bolivia es el caso más emblemático. 'Cómo ve la situación?

-Lo primero que quiero decir es que, en ciertos círculos europeos, vemos con envidia la situación americana, porque en Europa hay una crisis de la izquierda que es realmente muy grave. Hoy, salvo Gran Bretaña con el Nuevo Laborismo y España, no hay gobiernos socialdemócratas. ¡Hasta los países escandinavos han cambiado! Creo que si hay algo que América latina no debe hacer es imitar a Europa y a su modelo de la "tercera vía". América latina debe desarrollar sus propias categorías, usar su creatividad y originalidad para elaborar alternativas de izquierda que sean netamente locales.

-Hay quienes dicen que izquierda y derecha son categorías obsoletas.

-De ninguna manera. Siguen siendo categorías muy pertinentes. Justamente el gran error de la izquierda europea fue haberse movido tanto al centro que dejó de serlo y terminó aceptando las premisas del capitalismo y la globalización neoliberal como única alternativa posible. La supuesta "modernización de la socialdemocracia" fue su aniquilación. Mire el Partido Comunista Italiano, realmente se ha hecho el harakiri, 'no?

 -Muchos de los actuales gobiernos latinoamericanos supuestamente de izquierda también aceptan las premisas del capitalismo.

-Sí. Hoy día el tema es si se puede pensar una izquierda que trate de cambiar las relaciones de poder, la hegemonía, en el marco de la democracia. Algo muy positivo es que los partidos de izquierda abandonaron aquel modelo revolucionario en el que había que destruir todo para construir algo completamente nuevo.

-¿El modelo que usted llamó "amigo-enemigo"?

-Si, ése en que el opositor es un enemigo al que hay que destruir y al cual no se le da ninguna legitimidad. Eso es una negación del pluralismo y no es compatible con la democracia. El problema es que Europa se fue de ese extremo al otro y pasó a lo que yo llamo el modelo de los "competidores".

-¿Cómo es ese modelo?

-Es el liberal y sostiene que la política es un terreno neutro, un campo de negociación en el que se compite por intereses. Este modelo niega una realidad: que en una sociedad no todos podemos querer lo mismo y que, entonces, necesariamente hay confrontación de intereses. Tampoco es real, como afirma este modelo, que se puedan solucionar las diferencias simplemente sentándose todos a una mesa para discutir. No existe un consenso sin exclusión. Una solución donde todo el mundo esté contento. Este modelo elimina el concepto de antagonismo y yo lo que digo es que hay que aceptar la dimensión agónica, admitir que hay intereses en confrontación. 

lunes, 13 de octubre de 2008

Fragmento de “El dilema argentino: Civilización o barbarie”, de Maristella Svampa, ed. Taurus, 2006

Es sabido que el peronismo se caracterizó por una fuerte tendencia antiintelectual, lo cual parecía justificar la estigmatización que se dirigía en contra de sus masas adictas. En 1946, ya hemos dicho, Américo Ghioldi publicó su libro Alpargatas y libros en la historia argentina, en el cual afirmaría:

       Los argentinos confrontamos otra vez y bajo nuevas formas el antiguo discurrir entre Civilización y Barbarie, ya que han vuelto al galope tendido odios que creíamos extinguidos, fuerzas primitivas lanzadas al asalto y temores, desconfianzas y aprensiones que se traducen en inseguridad de vida.

"La globalización perdió su fundamento", por Jeremy Rifnkin, iEco, Clarín, 12/10/08

Hemos llegado a un punto peligroso de la historia. Asistimos a la perspectiva real de un derrumbe económico mundial de la magnitud de la Gran Depresión de los 30. La crisis creditici mundial se ve agravada por la crisis energética mundial y por la crisis climática mundial, y esto representa un cataclismo potencial para la civilización humana, sin precedentes en la historia.

(...)

La “cultura de la tarjeta de crédito” promovió el poder adquisitivo y puso de vuelta a trabajar a las empresas estadounidenses y a sus empleados para producir todos los bienes y servicios que se compraban a crédito.

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Cuando el ahorro familiar pasó al territorio negativo, los sectores bancario e hipotecario crearon una segunda línea de crédito artificial, para que las familias pudiesen comprar viviendas con poco o nada de dinero, a tasas de interés que subían con el tiempo y amortización de capital retardada (hipotecas subprime).

Millones de estadounidenses mordieron el anzuelo y compraron casas que excedían su capacidad de pago de largo plazo, lo cual originó una burbuja inmobiliaria.

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El resultado de vivir 18 años del crédito es que EE UU es hoy una economía quebrada.

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La importancia del “pico de globalización” es decisiva. El supuesto fundamental de la globalización siempre fue que el petróleo abundante y barato permite a las empresas trasladar capital hacia mercados de mano de obra barata, donde los alimentos y las manufacturas se producen con costo mínimo y altos márgenes de ganancia y luego se envían a todas partes del mundo.

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El mundo necesita un nuevo relato económico, poderoso, que conduzca la discusión y la agenda de la crisis crediticia, el pico del petróleo y el cambio climático, del miedo a la esperanza y de las restricciones económicas a las posibilidades comerciales. Esta historia recién está surgiendo, a medida que las industrias se apuran a incorporar energías renovables, construcción sustentable, tecnología de almacenamiento de hidrógeno, redes inteligentes de empresas de servicios, vehículos eléctricos, preparando el terreno para una tercera Revolución Industrial poscarbono. La cuestión es si podemos hacer la transición a tiempo para evitar el abismo.

"Cuando la codicia supera al miedo", por Jorge Fontevecchia, Perfil 12/10/08:


Más seriamente, surgen discusiones sobre estilos de capitalismo, palabra que da para todo: capitalismo autoritario de Putin, capitalismo dirigido de Charles de Gaulle, capitalismo corporativista de Mussolini, capitalismo mixto de China, capitalismo de amigos (crony capitalism) de los países subdesarrollados, capitalismo “creativo” de Bill Gates o capitalismo cowboy, salvaje o neoliberal. Para el ex ministro de Economía de Brasil, Maílson da Nóbrega, “los países ricos nunca fueron neoliberales; hubo, sí, una reversión de las exageraciones del estatismo en los Estados Unidos y la Inglaterra de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que fue exitosa porque en los años 90 la economía norteamericana creció ininterrumpidamente más de cien meses”. 

"Populismo: los usos de una palabra controvertida", por Nicolás Casullo, Perfil, 12/10/08:

Qué se busca discutir hoy con respecto al tema populismo? ¿Qué se escenifica en realidad en esta suerte de remisión a una huella que no es tal y sin embargo pretende evocar un pasado que vuelve? ¿Por qué aparece el tema entre candilejas, desde vetustos argumentos de la progresía liberal que lo desvinculan de lo sustancial de un debate latinoamericano en nuestra historia? La reposición política periodística de dicho vocablo, trabajado con un eco “fatídico” frente a figuras como la de Néstor Kirchner y, a nivel latinoamericano, Evo Morales, Luiz Inácio Lula da Silva, Rafael Correa, Hugo Chávez, Daniel Ortega y Andrés Manuel López Obrador, pretende desarrollar una campaña con este denominador común aglutinante, con una carga simbólica fuerte en cuanto a su supuesta capacidad de hacer mermar la democracia y sabotear la salud de las repúblicas.

La palabra populismo, de forja básicamente académica, de fortuna científico-social en el continente, surge hace 40 años, se despliega luego en términos políticos, adecuada para tal fin, hasta encerrar un pecado casi de carácter subversivo para las actuales expectativas de una época regida por una única gran lógica del mercado mundial concentrado y un reiterado y obediente statu quo institucional como único gran reloj de las circunstancias históricas.

(...)

Como expresa el teórico político Alain Rouquié, cuando alguien dice de un partido o una personalidad política que es populista es porque no le gusta. Es un término casi insultante y por eso no puede ser un concepto analítico. Sirve para cubrir nuestra ignorancia: cuando los regímenes parecen complejos y no corresponden a los esquemas tradicionales, entonces son populistas.

"¿El final de una era? Hacia un mundo multipolar", por J. Libedinsky, La Nación, 12/10/08:

(...)

¿Qué cambió? ¿Insinúa esta crisis el principio del fin de una era, aquella iniciada con el fin de la Guerra Fría, que convirtió a EE.UU. en potencia hegemónica y a la vez garantía de cierto orden y, por lo tanto, de cierta estabilidad? Renuentes a las definiciones categóricas y grandilocuentes, los intelectuales consultados descartan un anticipo del fin del capitalismo como el que auguran las voces más extremas y, en todo caso, sí admiten el advenimiento de un escenario en el que EE.UU. ya no será el único faro del capitalismo global.

"Ciertamente, somos testigos del fin de la unipolaridad americana", dice Jacques Mistral, jefe de investigación en Economía del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI) y miembro del Consejo de Análisis Económico del primer ministro francés François Fillon. "La idea de que estamos entrando en un mundo multipolar es tentadora, y es verdad que hay poderes nuevos que están emergiendo y que podrán jugar un papel más importante en las relaciones internacionales. Dicho esto, la realidad es que en el futuro medianamente cercano no hay poder alguno que pueda estar a la par de EE.UU. Por lo tanto, la situación actual tiene algo de paradójica: EE.UU. ya no puede usar una influencia unilateral, pero su influencia es necesaria para construir un mundo mejor organizado. La forma en que el próximo presidente se relacione con el resto del mundo y el uso que haga del poder y la influencia de EE.UU. tendrán un efecto gigantesco sobre nuestro futuro".

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"Los recursos sólo valen algo cuando el mundo tiene una gran necesidad de ellos. Si entramos en una recesión profunda, Irán y Rusia se verán negativamente afectados también; su poder, en cambio, se fortalece con la alta demanda de los booms económicos. Y, aun así, el poder es algo más que el solo ser rico en recursos, de otra manera los miembros de la OPEP serían mucho más poderosos de lo que son", dijo Waltraud Schelkle, especialista en economía política de la Universidad Libre de Berlín y de la London School of Economics. Pero aclaró que, independientemente de esto, sí estamos viviendo el comienzo del fin de la supremacía americana. Para Schelkle, este proceso comenzó hace algún tiempo, a mitad de los años 80, cuando el garante del flujo monetario internacional se convirtió en una nación deudora.

¿Las consecuencias? Posiblemente un período de inestabilidad política y económica. "No veo un sucesor inmediato en el papel hegemónico de EE.UU., pero tampoco veo que esto sea un problema en términos culturales o ideológicos. EE.UU. simplemente seguirá jugando un gran papel, sólo que menos hegemónico, y eso puede terminar siendo algo bueno".

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Pero así como muchos ven en esta debacle de Wall Street que arrastra a la economía mundial la anticipación de un mundo multilateral, algunos destacan no sólo el fin de una era de hegemonía norteamericana sino, más específicamente, el fin de una era de capitalismo "a la americana". Aunque en este punto tampoco la coincidencia es plena: así como muchos, para explicar las razones de la caída de Wall Street, apuntan a la falta de control estatal en los movimientos financieros y especulativos, otros destacan que justamente fue la injerencia del Estado (o más bien cierta ambición política) lo que provocó el salto al vacío de los créditos subprime.

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Así, para Mistral, es demasiado pronto para ver cómo sería una "nueva era del capitalismo global", pero sí podemos afirmar, dice, que la edad de oro de la desregulación se acabó. "La ideología de que el mercado puede solucionar todos y cada uno de los problemas de la economía mundial ha dado un paso atrás y estamos entrando, en cambio, en una época en la cual se le va a reconocer al Estado un nuevo papel. Pero a no equivocarse: las viejas soluciones definitivamente han perdido su atractivo. Es más, lo poco que podemos predecir de esta nueva era dorada del Estado es que no implicará volver a soluciones que ya fueron descartadas", asegura el autor de La Troisième Révolution Américaine, que hasta hace poco fue consejero de la Embajada de Francia en Washington. 

En cambio, para el reconocido sociólogo norteamericano Richard Sennett, profesor de la Universidad de Nueva York y asesor en la campaña presidencial de Barak Obama, no hay que inventar nada nuevo. "La solución es que el Estado cree más trabajo en empresas manufactureras y de servicios: rescatar puestos de trabajo y no bancos y banqueros. Lo que estoy diciendo no tiene nada de original, fue el objetivo del New Deal en 1930 y, más recientemente, de los países escandinavos. Pero mi argumento es que eso es el futuro, y no el pasado. Estamos entrando en un período de socialismo financiero y eso para mí no es malo", explicó a LA NACION.

(...)

Preocupados como todos, pero menos dispuestos a dejarse llevar por las "conclusiones catástrofe", los expertos admiten que el terremoto es fuerte pero está lejos de haber provocado un derrumbe definitivo. Como mucho, admiten que hay un golpe a las economías del mundo, pero que no es el fin del capitalismo.

martes, 7 de octubre de 2008

"El 'capitalismo democrático', a prueba", por Timothy Garton Ash, iEco, Clarín, 5/10/08

“El capitalismo democrático es el mejor sistema jamás desarrollado”, proclamó George Bush en un discurso por TV hace diez días, cuando buscaba el apoyo del Congreso para el plan de rescate de US$ 700.000 millones. Pero el lunes, cuando la Cámara de Representantes rechazó el plan, haciendo que el índice Dow Jones perdiera US$ 1,2 billones de valor en un día, la democracia chocó con el capitalismo. Para ser precisos: las urgencias de la versión contemporánea de la democracia de EE.UU. colisionaron con las urgencias de la versión contemporánea del capitalismo en EE.UU.
(...)
Básicamente fueron los republicanos de la Cámara Baja quienes se opusieron al pedido del presidente. Para algunos, la decisión fue ideológica. Antes morir que votar una ampliación del rol del gobierno en la economía, que ellos equiparan al socialismo y al bolcheviquismo.