Los granos alcanzaban en esos días los precios más altos de los últimos años, y seguirían subiendo en los tres meses siguientes hasta superar todos los récords históricos en julio. La soja en 550 dólares la tonelada, el doble que un par de años atrás, y con una cosecha de 48 millones de toneladas, garantizaba un ingreso de 25.000 millones de dólares.
Recordemos que el grueso de la producción se comercializa precisamente entre abril y julio. Todo el mundo sabe que la "ventana" comercial para la Argentina allí está abierta a pleno, porque la cosecha estadounidense (el mayor productor mundial) se inicia en septiembre. Pero en esos meses el sector no vendía, convencido de que hacerlo implicaba pagar retenciones de casi el 50%.
Cuando el panorama se despejó, los precios comenzaron a derrumbarse. Sólo con la soja, el campo perdió 6.000 millones de dólares, y el Gobierno dejó de percibir retenciones por 2.000 millones de dólares. También se perdió la oportunidad de fijar precios para la próxima campaña, como es habitual al menos entre los operadores más profesionales del sector.
Los mercados siguen muy volátiles en todos los rubros. Tomemos por ahora a los granos. Los dos grandes "drivers" del boom de los precios de los últimos dos años son el aumento de la demanda asiática, en plena transición dietética, y la expansión del uso de maíz para elaborar etanol en los Estados Unidos. La oferta no pudo seguir el tren de la demanda y los stocks cayeron. Primero, los de maíz en los EE.UU. Y como eso hizo disparar los precios del cereal, le robaron superficie a la soja para hacer más maíz. Consecuencia: la soja también subió y Sudamérica fue una fiesta.
Por algo los granos parecen haber encontrado un piso firme. Todo indica que habrá una segunda oportunidad. ¿Volveremos a convertirla en un problema?
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