viernes, 31 de octubre de 2008

Falsificación ideológica de teorías y finanzas, por Julián Licastro

La impunidad de la criminalidad económica

Toda gran crisis, no importa el sector en que se manifieste inicialmente, se refiere a la política, y por lo tanto es una crisis general de conducción que refleja errores y vacíos en la toma de decisiones en diferentes planos de acción. Es el caso del colapso financiero de EE.UU., que como país sede del hegemonismo mundial ha dispuesto de los espacios geopolíticos para beneficio del poder financiero dominante, y por ende puede llamar “global” a la extensión ilimitada de su crisis, que nadie previó convincentemente en su alcance real.

La situación se vuelve así mediáticamente anónima, porque no hay responsables ni cómplices de una estafa “planetaria”, ya que el colapso habría ocurrido con la espontaneidad de un “desastre natural” con el cual, por supuesto, se lo compara. Es decir, la globalización sería el fenómeno económico autónomo que, siguiendo la idea de la “autorregulación de los mercados”, produce esta crisis que todos deberemos sufrir por un tiempo indeterminado y con consecuencias más graves para las personas, los sectores y los países más pobres.

Es el punto en que reaparece la ideología, hasta ayer “científica” del neoliberalismo, pero que ahora está dispuesta a suspender momentáneamente sus postulados más imperativos, para dejar que la incertidumbre facilite el trabajo sucio de algunos individuos, tratando de controlar el daño ocasionado [Phd. Jorge Majfud, Lincoln University]. Ya habrá tiempo después para volver a la ortodoxia neoliberal, cuando los Estados y los pueblos hayan pagado con la pobreza o la miseria, según los casos, el botín de la criminalidad económica lamentablemente impune.

La narrativa ideológica de las crisis cíclicas

En la reiteración de sus crisis cíclicas, el capitalismo –ayer industrial, después financiero y hoy salvaje- siempre apeló a las mismas cartas de triunfo: la impunidad en sus manejos delictivos y la memoria frágil de la gente. O sea, el olvido del colapso anterior, el paso del tiempo transcurrido en la reconstrucción, y la preparación más o menos deliberada del próximo golpe. Por eso requirió históricamente la existencia de un Estado fuerte, aunque no necesariamente de una política “estatista”, para enmarcar las condiciones del funcionamiento adecuado de los mercados comerciales y bancarios, en un proceso auténticamente sólido de crecimiento y desarrollo.

La calificación vaticana de “salvajismo”, por el carácter brutal y el abandono de toda norma nacional y código social de esta última etapa del capitalismo, ocurrió precisamente por la apelación de los círculos de poder a la desrregulación total de las actividades especulativas, al precio de acumular un vaciamiento económico que hoy ha quedado en evidencia con elocuente dramatismo. La consigna de los grupos financieros locales y transnacionales, amplificada por el coro mediático a su mando, fue reducir el Estado a su mínima expresión normativa, para dejar que la economía funcionara sola y se expandiera indefinidamente.

Ahora todos descubren el engaño, que los países dependientes experimentamos dolorosamente en tres décadas: una economía de cuño neoliberal, inestable e inequitativa, generadora de niveles inaceptables de exclusión y trastorno social, que sólo se han podido contener con diversas formas de una misma y drástica represión [Madeleine Bunting – The Guardian].

La hipocresía del ilusionismo financiero

Para tener una dimensión de la crisis actual, que recién comienza, digamos que la “burbuja hipotecaria” está ubicada dentro de una aún mayor que, potenciada por el desborde especulativo y su dimensión trasnacional, tiene el impresionante testimonio de haber convertido a EE.UU. en el Estado más endeudado del globo. Su déficit de cuenta corriente de los últimos años, medido en porcentaje del producto bruto nacional es comparable con aquellos países del tercer mundo en vísperas de crisis de reserva de divisas [George Soros].

Se presiente así una próxima y gran caída en la capacidad adquisitiva del pueblo norteamericano, víctima finalmente del sistema imperial con el que coexiste, y que –como enseña la historia en forma inapelable- siempre termina por perjudicar a la sociedad que lo cobija. Un hecho no sólo nefasto desde el punto de vista económico, sino también moral, porque el ciudadano medio ha tenido que soportar el cinismo de financistas como Richard S. Fuld Jr., presidente de la quebrada banca Lehman Brothers, que en declaraciones ante la comisión investigadora del Congreso “justificó” sus remuneraciones personales de 350 millones de dólares por 8 años de dirigir la empresa que arruinó.

Una primera conclusión, de gran trascendencia si la sabemos recordar y desarrollar en el tiempo, es verificar el “colapso de la ortodoxia neoliberal”. La idea única que dominó la política por 30 años con arrogancia triunfalista y una insistencia en la ortodoxia sólo equiparable en escala al dogmatismo del comunismo soviético, cuyo régimen también implosionó [Madeleine Bunting –The Guardian]. 

Es todo un ciclo que pasa y se hunde, habiendo arrastrado en la conceptualización engañosa de la economía, no sólo a la clase empresarial sino al sistema político de la superpotencia militar de nuestra época; y que además marginó, deslegitimó y acalló a cualquier otro pensamiento económico y crítica política válida. Ciclo ligado en su última etapa a una supuesta estrategia de guerra de civilizaciones, que algunos autores consideran sólo como espejismo o velo de amenazas reales, pero de daños autoinfligidos por el propio sistema [Thomas Frank].

En resumidas cuentas: lo que hoy vemos estallar, con pronóstico tan desfavorable como dudoso, es el resultado de la ambición desmedida de los beneficiarios directos de un sistema articulado de falsificación. Falsificación de principios económicos para acomodarlos desaprensivamente a una teoría justificatoria de la especulación financiera local y trasnacional. Emisión oficial masificada de dólares inconvertibles para cubrir déficits enormes de presupuestos excesivos y despilfarro gubernamental. Y fabricación privada de dinero de un crecimiento económico artificial, para lucrar con la venta y reventa de hipotecas incobrables. El descubrimiento, en fin, de la piedra filosofal imaginada en el medioevo, pero esta vez dirigida a convertir en oro el papel.

De lo que se trata, ahora, es ver cuántos son los bienes de la economía real que en rigor existen, detrás de esta nube de bonos y billetes de la “imagen virtual”, para sincerar los términos más concretos de la reanudación de la producción y el trabajo, que es lo único que puede salvarnos. Una despedida estrepitosa de la “nueva economía”, que de nuevo no tuvo nada, porque apeló al viejo truco de la prestidigitación, donde los dedos del ladrón son más rápidos que los ojos de la víctima; eso sí, esta vez eclipsados por el juego de luces de la magia televisiva.

Un pensamiento propio impulsor del desarrollo

En el estudio de las medidas preventivas apropiadas para enfrentar en el país y en la región las repercusiones de la depresión o recesión central que se avecina, debe campear un pensamiento impulsor de nuestro desarrollo que aprenda de la experiencia propia y ajena; porque sin ideas estratégicas no habrá proyecto ni integración. Este nuevo modelo de referencia, que no debe imitar automáticamente a nada, tiene que servir al desenvolvimiento de los pueblos con el mayor sentido de igualdad posible para fomentar la producción, el trabajo y la capacitación en sus múltiples perspectivas, trascendiendo el proceso acotado al mero comercio entre sectores económicos globalizados.

Ya vimos, justamente, como el alineamiento indiscriminado a una globalización asimétrica culminó en desastre, igualmente que la sujeción sin matices a las recetas de la ortodoxia terminó por desmantelar el aparato productivo y expropiar los recursos de los ahorristas. Fue la consecuencia de los cantos de sirena del llamado “consenso de Washington” que en la década del 90 convocó al achicamiento del Estado, la privatización de las empresas públicas y los fondos jubilatorios, la flexibilidad laboral, la abolición de las barreras aduaneras y, en síntesis, la apertura total al capitalismo financiero global, bajo la imposición de uniformar los espacios económicos para estandarizar el mercado mundial [John Williamson].

Estas palabras, cuya excusa fue “la modernización económica” de regiones como América Latina, suenan especialmente lúgubres a la luz del colapso financiero de Wall Street, que está afectando mayormente a los países más dependientes de las recomendaciones erradas de dicho “consenso”. Sin embargo, no habilitan de por sí a un contraplan con las ideas opuestas, que también fracasaron estrepitosamente en el capitalismo de Estado de los países de la órbita soviética. 

Un modelo económico equilibrado, como parte esencial de un proyecto nacional confluyente con la unión regional, es tan necesario como posible; especialmente en la hora de la reconstrucción de la economía mundial, torpedeada por los efectos de una guerra interna de intereses desmedidos, destructores de toda cohesión cultural y sensibilidad social. Pero este modelo no puede caer ni en el voluntarismo político ni en la ideologización de la economía; porque debe plasmar nuestra obligación de ser eficaces y de cambiar e innovar lo suficiente en nuestra conducta laboral y productiva hasta lograr el despegue.

Un nuevo paradigma del conocimiento y la evolución tendrá que ser establecido para brindar el apoyo del Estado y la cooperación de la sociedad a la construcción de un pluralismo económico, orientado francamente a la inclusión social y la integración territorial. Mientras el equilibrio fiscal sin tentaciones demagógicas, y la lucha contra los diversos mecanismos de cartelización y monopolización empresarial, ofrecen una estabilidad imprescindible para crecer y una mejor distribución de la riqueza para el desarrollo humano integral. 

Paralelamente, hay que favorecer y fortalecer el diálogo político en el parlamento, y el diálogo social en todos los ámbitos posibles de concertación, sabiendo que la resolución de los complejos conflictos presentes y futuros encarnados en diferentes sectores de nuestra realidad, exigirá una mayor cultura política y mucha prudencia en la toma de decisiones. Igualmente, es necesario contar con la autonomía de los gobiernos locales y sus líderes comunitarios, para que busquen y encuentren sus propias oportunidades de crear trabajo e impulsar el desarrollo en su jurisdicción.

El fiel de la balanza entre competencia y cooperación

La frustración del desarrollo y la presión de la injusticia generan primero impotencia y después rebeldía. Es una constante del desenvolvimiento histórico–social de los pueblos en la sucesión de sus diferentes etapas. En este trance, la rebeldía se destaca al comienzo como una fuerza capaz de salir de la inercia y la pasividad de una etapa agotada, pero sin proyecto se confunde en la anarquía y las posiciones extremas. En el ángulo opuesto, no canalizar esa fuerza vital y plantearse sólo el reprimirla, equivale a perder por vía reaccionaria toda oportunidad de cambio. Ojalá que hoy, ante las dificultades evidentes de un sistema de dominación financiera, que se encubrió por décadas en una “democracia de mercado” [Bill Clinton] que resultó engañosa, encontremos el fiel de la balanza entre competencia y cooperación que permite a los pueblos, con conciencia de destino, evitar la trampa tumultuosa de la decadencia.

Es sin duda una verdad histórica que el peronismo fundacional fue el movimiento argentino que más adversó a los círculos financieros de entonces, cancelando el total de nuestra deuda externa, y cerrando el capítulo ominoso de los grandes empréstitos beneficiarios de la banca extranjera y su sistema de comisiones por influencia política dolosa. Pero este hecho no nos otorga patente para formular un pensamiento económico excluyente, que pueda prescindir de los distintos análisis, críticas y aportes necesarios para diseñar una propuesta actualizada y eficaz.

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