La democracia soñada quizá incluía entre sus promesas -aparte del Estado de Derecho y las libertades individuales- mayor equidad en la distribución de la riqueza, partidos políticos fuertes, políticas de Estado consolidadas, cierto grado de alternancia, una justicia independiente y expeditiva, un Congreso más o menos poderoso, y representación política con satisfacción ciudadana garantizada: nada que hoy abunde. Bueno, los partidos sí abundan, hay 710 (37 nacionales), pero eso se debe antes a las facilidades que se dan para crearlos que al éxito de las prestaciones. Vigor no tienen -creer o reventar- desde que en 1994 se los incorporó a la Constitución y se los calificó oficialmente de fundamentales. Está a la vista que la atomización, el transfuguismo, las promociones regenteadas a dedo por caudillos, las picardías electorales del tipo listas espejo, los personalismos dirigenciales procreados in vitro en sets de televisión y el fracaso de todos los mecanismos probados de democracia interna, contribuyeron a la anemia de los partidos políticos tanto como a desalentar la participación a través de ellos.
viernes, 31 de octubre de 2008
"La democracia que supimos construir", por Pablo Mendelevich, La Nación, 26/10/08
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