El fin de la Guerra Fría debe ser irreversible
Una serie de acciones militares, violencia civil y radicalización política, que va desde Georgia enfrentada a Rusia hasta Bolivia, Venezuela e incluso Honduras con fuertes denuncias contra Estados Unidos y su posible instigación de conflictos internos, ha hecho reaparecer el fantasma de la Guerra Fría, al menos en la opinión de algunos sectores ubicados a la derecha del espectro político. Esta deliberada exageración de algunos acontecimientos, que aún no tienen una dimensión capaz de alterar la situación en el marco general, parecen responder a la conveniencia de “remilitarizar la política” para favorecer posiciones ofensivas en distintos procesos electorales locales, empezando por la contienda en curso por la Casa Blanca.
Nuestra interpretación es sencilla: todos estos sucesos, sin duda preocupantes, confirman la tesis del carácter regional de los problemas internacionales que se manifiestan en esta etapa histórica, y no significan todavía, de manera alguna, la reaparición de una lucha de alcance global que implique amenazas a la seguridad de la única superpotencia militar del mundo. Esta realidad molesta a los beneficiarios del complejo industrial–militar–académico interesados en la dinámica de crecimiento de los presupuestos bélicos, y que por lo tanto conciben y difunden la teoría de la ilimitación del espacio estratégico, por medio de la cual “la guerra contra nadie “ se transforma doctrinariamente en la “guerra contra todos”.
En el caso de Georgia, que inició la agresión a los separatistas de Osetia del Sur partidarios de Rusia, es difícil imaginar una neutralidad de Washington que tenía destinado un número significativo de instructores militares para capacitar y potenciar a las fuerzas armadas de ese país, perteneciente a la ex Unión Soviética hasta su colapso económico y político. Es decir, EE.UU. estaba operando sobre la frontera rusa con la pretensión, extensiva a otros países de similar perfil, de incorporar nuevos miembros a la Organización del Tratado del Atlántico Norte–OTAN.
Esta iniciativa, complementada con los proyectos misilísticos en Polonia y la República Checa, más su deseo de consolidar alianzas con los estados de la llamada “nueva Europa”, para diferenciarla de la “vieja Europa” que ya no acompaña automáticamente sus decisiones unilaterales, despierta lógicas suspicacias entre los analistas independientes. El razonamiento es simple: si no existió instigación del ataque georgiano, como declaró Putín, al menos hubo un conocimiento directo del apresto de estas operaciones y ningún esfuerzo por evitarlas.
En este contexto es obvio que la llegada a Venezuela de dos bombarderos estratégicos rusos, para supuestas ejercitaciones militares, tiene el carácter de una devolución de favores. O sea, una respuesta a la jugada en el escenario del Mar Negro, con un gesto equivalente en el escenario del Mar Caribe. Un remedo, a muy baja escala, por supuesto, de aquella crisis de 1962 con Cuba, que finalizó con una negociación secreta entre Washington y Moscú, intercambiando la desmovilización de instalaciones sensibles en las zonas de influencia de ambos polos estratégicos de entonces.
Pero hoy la gran diferencia es la ausencia de una estrategia y una ideología de dominación mundial, como representó el comunismo hasta la caída del Muro de Berlín. Y es fácil comprender que el nuevo pensamiento político en Rusia es una suerte de nacionalismo eslavo que, a favor de una prosperidad económica impulsada por sus enormes reservas energéticas, se plantea fortalecer su defensa nacional y su proyección regional. Esto lógicamente choca con la probable extensión de la OTAN, que es resistida abiertamente como una amenaza inaceptable a su seguridad.
No remilitarizar la política
En el caso de Venezuela la apuesta es audaz y en consecuencia riesgosa, y ha sido interpretada por algunos observadores de la realidad política interna de este país hermano, como una especie de “fuga hacia delante”. En una palabra: sería el intento de radicalizar el discurso político en el marco del propio frente interno partidario, ante una dinámica de relativo desgaste del gobierno. En este aspecto hay que recordar las lecciones de nuestra propia historia, que señalan la necesidad –para culminar con éxito transformaciones profundas de carácter político, económico y social- de contar con un ámplio frente nacional y popular que supere la simple mayoría obtenida en una victoria electoral, por más legítima que ésta sea.
La reforma a fondo, en los términos de una refundación institucional para lograr realmente soberanía, desarrollo y equidad, exige así debatir con sinceridad y apertura, en términos de consenso político, y dialogar con todos los sectores inclinados de algún modo a la concertación social. En caso contrario, alcanzado un punto de saturación y ruptura, la situación puede derivar en una polarización y beligerancia crecientes, que tiene siempre el peligro del desborde.
Hay también aquí, entonces, un conflicto local y de proyección regional, debido a la presencia que Venezuela tiene en Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras y su relación especial con Cuba. Paralelamente, hay una pugna oscilante con Colombia, y cierta contradicción con el marco de referencia que trata de postular Brasil para mejorar entre todos la calidad de la seguridad continental, en la perspectiva del Consejo Sudamericano de Defensa, que Argentina comparte en lo fundamental, con aportes de matices y propuestas.
De igual modo, la intensificación de los problemas internos de Bolivia –especialmente sensible para nosotros por razones de pertenencia histórica, contigüidad geográfica y proyección geopolítica - se suman a la repercusión de hechos que demasiado rápidamente han trastocado una situación favorable, definida por la existencia unánime de gobiernos democráticos incuestionables y fronteras pacificadas. Todo lo cual destaca la prudencia que debe ejercerse para volver a encarrilar estos procesos por vías no violentas; porque debe decirse, aunque parezca obvio, que la fragmentación latente es lo contrario de la integración.
No comprometer los intereses estratégicos
Aquí se pone a prueba la capacidad política, diplomática y de las instituciones de la defensa para retomar el clima propicio a la convivencia y la unión. De más está decir que la etapa histórica que transitamos exige pasar de las “hipótesis de conflicto” a las “hipótesis de cooperación”, para salir del viejo esquema de las guerra de frontera, hoy totalmente anacrónico, y entrar en los proyectos de integración. Esto significa pasar de la defensa territorial propia como doctrina excluyente, a la defensa de los recursos naturales e históricos, que requieren esfuerzos coordinados en un plano bilateral y multilateral.
Ninguno de nuestros países se desarrollará económicamente y conquistará una justa distribución social, si lo intenta sólo, aislado y en medio de presiones fronterizas. Por eso afirmamos que “la paz es un recurso estratégico”, tanto en la política exterior como en la política interior, que debe mantenerse sólidamente en el marco del régimen democrático, el orden constitucional y el juego armónico de las instituciones republicanas. Ante este desafío que implica el manejo prudente de la crisis, hay que conservar la cabeza fría, porque la radicalización ideológica suele ser sólo retórica, si no se puede sostener con el nivel organizativo necesario en cantidad, calidad y tiempo.
Es cierto que el sistema de dominación impuesto a la América Latina por muchas décadas de explotación y marginación en lo económico y político, parece justificar una cosecha muy grande de prevenciones y resentimientos, pero que no garantiza por sí misma el éxito en la movilización de los pueblos. Este éxito exige una mayor calidad en la cultura política, especialmente de los cuadros de liderazgo, para acumular fuerzas por obra de la unión nacional y la integración regional; que en caso contrario se arriesgarían por falta de cálculo, desperdiciando la oportunidad histórica de la integración que hoy es más evidente que nunca.
Finalmente, digamos que los sucesos que estamos analizando ponen a prueba el camino más adecuado para construir la unidad regional: sea en el intento de un avance uniforme con la totalidad de los países del mismo espacio geopolítico, sea con un impulso progresivo que - partiendo de los países- clave más predispuestos a unirse - luego se amplíe al conjunto. Este es el ejemplo europeo, cuyo proyecto comunitario nació sobre la muerte de los prejuicios y antagonismos que opusieron por más de un siglo a Francia y Alemania.
Nuestro gobierno, en la voz de la Presidenta de la Nación en oportunidad de su reciente viaje a Brasilia, ha definido el concepto con precisión: “nuestros mejores socios son los vecinos, con quienes compartimos una identidad histórica, cultural y de intereses estratégicos”. Una frase que alienta una significación importante, especialmente si consideramos a los intereses estratégicos como aquéllos que surgen de la confluencia fructífera entre la política exterior, la política económica y la política de defensa.
Con este mismo espíritu, y sin dejar de realizar la convocatoria más amplia posible para constituir el ideal de Unasur, es necesario también ejercer el liderazgo activo de la paz en nuestro continente. Esta es una tarea que no surge meramente de la diplomacia versallesca, ni de la influencia económica, ni de la fuerza militar. Es un ejercicio práctico y posible de visión amplia y paciencia política, a favor del ejemplo que siempre se debe dar de vocación democrática y latinoamericanista, siguiendo el rumbo fundacional de nuestros padres de la patria.
Este liderazgo corresponde, por responsabilidad y no por prepotencia, al núcleo contemporáneo promotor de la unidad sudamericana, aglutinado en la cuenca fluvial del Paraná–Plata. Un eje de valor estratégico incomparable por su dirección Norte–Sur de naturaleza plenamente integradora, y su proyección oceánica al litoral atlántico y a la zona austral, donde confluye con la Cordillera de los Andes, como columna vertebral del continente. Una verdadera síntesis geográfica que debe expresarse en la resolución de los problemas derivados de la gran política de la integración y el desarrollo regional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario