Adorno piensa que el mundo en que vivimos es, en algún sentido, Estado de Naturaleza negado, encubierto o endulzado; una forma de convivencia en la que algunos hombres dominan a la mayoría. La dominación es lo contrario de la libertad. En un mundo así construido, la felicidad es falsa, pues no pertenece a todos y está irremediablemente enraizada en las diversas formas de producción (material e ideológica) que "dañan" la vida.
(...)
¿Qué es una sociedad emancipada? ¿Cómo se articula internamente? ¿Qué acciones son necesarias para llegar a ella y, más tarde, sostenerla? (...) Toda política emancipatoria es universal y se refiere a la humanidad, pero los hombres se han constituido subjetivamente a partir de la identificación con sus opresores y han interpretado el sufrimiento como destino de un profundo sentido.
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La paradoja reza: si se considera que alguien es una víctima, no se la reconoce como sujeto político que puede (intentar) liberarse de su sufrimiento. (...) Si, en cambio, alguien se sabe víctima y se designa como tal, entonces ya no es efectivamente tal cosa, puesto que se puede autonominar y hacer algo con su sufrimiento. Al ponerse un nombre y accionar, la víctima se comporta como sujeto político. La víctima es, desde un punto de vista moral, objeto de un discurso que la sostiene en su lugar; desde una mirada política, al ingresar a la palabra y al acto, la víctima se desvictimiza. ¿Qué significa, entonces, la existencia de la víctima que goza, que se resiste a la emancipación? ¿No es éste acaso un enunciado moral para un asunto político? Quizá no haya felicidad que no sea política, si es que no hay ya felicidad que no sea paradójica.
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