La búsqueda de un sentido espiritual de la vida es significativa para la gran mayoría de los habitantes de nuestro país. Comprender esa vida espiritual nos puede llevar a conocer gran parte del porqué de las acciones de personas y grupos. La secularización no es la desaparición de lo religioso sino su recomposición.
Esas creencias tienen un fuerte espesor histórico y social, y provienen de las múltiples memorias judeo-cristianas. Casi el 85% de los habitantes de nuestro país creen en Dios, Jesucristo y el Espíritu Santo. No vivimos -como se repite- un proceso de descristianización sino que están cambiando las formas, maneras e intensidades de búsqueda de ese sentido, que es diferente según clases sociales, nivel de educación, edades, regiones y género.
Esta búsqueda no se canaliza necesariamente (o no solamente) a través de las instituciones que suponen monopolizar "los bienes de salvación", sino que mayoritariamente cada uno, cada una, por su propia cuenta, crea, recrea, hace y deshace sus caminos creyentes.
No estamos ante sujetos pasivos, manipulables u obedientes a sacerdotes, pastores, rabinos o imanes que dicen lo que hay que hacer en cada momento. La enorme mayoría nunca o casi nunca asiste al culto y se relaciona con Dios sin mediación de una institución. Por el contrario, la creatividad, el "votar con los pies", el tomar creencias de uno u otro universo simbólico, el sentirse libre de optar, el decidir su vida de pareja, familiar y sexual, ya no es una excepción sino parte constitutiva de una cultura de la individuación que crece y se consolida en nuestras sociedades. El creer sin pertenecer no es sólo un problema de las instituciones religiosas sino del conjunto de las instituciones surgidas en la sociedad industrial.
Junto a esa cultura de la individuación también se desarrolla una cultura comunitarista, de grupos pequeños, que reafirman certezas, dogmas e identidades únicas, fuertes y exclusivas. Estamos hablando de no más de un 10% de la población. Son "núcleos duros" presentes en todos los grupos religiosos, que se expresan con la lógica "amigo-enemigo", desde la cual denuncian, se movilizan, ganan el espacio público, presionan (al poder político o mediático o institucional) y hablan en nombre del conjunto. Estos "núcleos duros" logran a veces monopolizar la representación convirtiéndose en "los católicos", "los evangélicos", "los judíos", "los islámicos", etc.
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